lunes, 30 de junio de 2014

Piedras en el zapato

Comenzamos una nueva aventura, cogemos nuestra mochila con lo que vayamos a necesitar y nos aseguramos de llevar un calzado adecuado, aquel que nos facilite el camino, con el que nos sintamos mejor.

Llevamos un tiempo preparándonos para este viaje, física y mentalmente. Nos hemos informado sobre las posibles contingencias y hemos preparado una guía que nos reconforta.

Nos acompañan las ganas de emprender algo nuevo, la ilusión, la incertidumbre… y aquellas personas con las que hemos querido compartir esta nueva etapa. En ocasiones nos animan, en otras nos advierten y otras nos desesperan, pero siempre están ahí, apoyándonos en nuestra empresa.

¡Lo tenemos todo listo, estamos preparados!

La primera etapa comienza con calma, hay que dosificarse, adaptarse al nuevo entorno. Lo observamos todo y estamos muy despiertos.

Conforme vamos avanzando nos empezamos a despistar un poco, ponemos el modo semiautomático y en un bache del camino metemos el pie hasta el fondo. Como llevamos un calzado adecuado, las consecuencias son menores, un pequeño traspiés que nos arranca una sonrisa y continuamos camino.  Pero al cabo de un rato, notamos una pequeña molestia. Se nos ha metido una piedra en el zapato. Una piedra muy, muy pequeña.

¡Qué fastidio! ¡Justo ahora que llevábamos buen ritmo! ¿Cuánto falta para acabar esta etapa? Bueno…, podemos continuar un poco más, total, es taaaannn pequeña, apenas molesta, ya nos pararemos luego…, un poco más adelante, cuando…

Seguimos camino y, de repente, ¡nos hemos olvidado de la piedra!, ¿qué piedra? La que sigue ahí, en tu zapato, la que no se ha ido por voluntad propia, no se ha evaporado, ni esfumado, no ha desaparecido sin mas… Eso te hubiera gustado, ¿eh?

Pero, de repente, nos entra otra piedra. ¡Más vale que habíamos elegido un buen calzado!... ¿¡Otra!? Si ya no queda nada… ya, pero… esta es algo más grande que la anterior, ¡molesta!

Bueno, la otra ni la notamos, si nos esforzamos un poco y removemos el pie dentro del zapato sentimos que está ahí, pero si no lo movemos… Bah, en la próxima parada nos quitamos ambas y refrescamos los pies.

Al igual que antes, pasado un rato se nos vuelve a olvidar que tenemos otro intruso en nuestro zapato. Del viejo ni nos acordamos. Sin embargo, ¡siguen estando ahí!

Hacemos un alto en el camino y aprovechamos para refrescarnos los pies, mover los dedos…, que nos apetece. Cuál es nuestra sorpresa cuando vemos las magulladuras que tenemos en los pies. ¡Ahggghh, las piedras!

Llegados a este punto necesitamos algo más que un simple, pero relajante, baño de pies. Necesitamos “curar” esas heridas para poder continuar y con toda probabilidad eso va a afectar a nuestra marcha, se hará más dura y cuesta arriba…

Ahora nos lamentamos, ¡con lo fácil que hubiera sido “pararme” para sacar las piedras desde un principio!

Los problemas en la vida son como esas piedras en el zapato, si no te paras y te las sacas, te van haciendo mella, a veces, sin darte cuenta.

Con la próxima piedra, ¿qué vas a hacer?

“Sólo cuando hacemos las paradas necesarias, la vida puede volver a su enfoque con un significado renovado.” – Robert K. Cooper.


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